La belleza oculta en lo cotidiano: una invitación a mirar.
Publicado el 04/07/2025 a las 22:00 por Elizabeth Pallante

La belleza oculta en lo cotidiano: una invitación a mirar
Artículo reflexivo sobre cómo lo cotidiano puede salvarnos.
Hay días en los que la tristeza pesa como una piedra.
Días en los que el simple acto de levantarnos parece el mayor de los esfuerzos, y nuestro cuerpo se siente como un ancla. Un ancla que se hunde lentamente en el fondo del mar.
Mientras tanto, el mundo, afuera, continúa girando con su ritmo indiferente, y uno siente que no tiene ni las fuerzas, ni el ánimo, ni el propósito suficiente para seguirlo.
La idea de salir, de enfrentarse a la calle, a la luz del día, al bullicio de la vida, parece absurda.
¿Para qué? ¿Qué podría cambiar?
Y sin embargo, a veces, basta con salir.
No se trata de una escapatoria mágica, ni de un remedio instantáneo para el dolor y el vacío del alma.
Salir no cura, no resuelve, no transforma de golpe la oscuridad interna.
Pero puede interrumpirla.
Puede romper, aunque sea por un momento, la inercia del encierro emocional.
Puede ofrecer un respiro, una pausa, una grieta por donde entre algo distinto.
A veces, basta con poner un pie en la calle. Caminar sin destino, sentarse en una terraza cualquiera, observar el movimiento de otros.
Mirar los escaparates sin intención de comprar nada. Escuchar la risa de un niño.
Notar cómo alguien saluda a un desconocido. Ver a un perro emocionado por una pelota.
Percibir los rayos del sol reflejándose en una taza de café.
Todas esas pequeñas cosas que suelen pasar desapercibidas tienen un poder que muchas veces subestimamos.
Porque el mundo está lleno de detalles que no necesitan ser espectaculares para ser valiosos.
Está hecho de gestos diminutivos: una sonrisa que no esperabas, una conversación casual sobre un libro, una frase en un sobre de azúcar, una mirada que se cruza sin palabras pero con calidez.
Esos momentos no solucionan nada, pero acompañan.
Y en medio de una tristeza profunda, eso puede ser suficiente.
Muchas veces, cuando estamos mal, tendemos a aislarnos. Cerrarnos. Enmudecer.
Pero ese aislamiento, aunque al principio parezca protegernos, termina amplificando la voz interior que más daño nos hace.
El mundo interno se vuelve una sala cerrada sin ventanas.
Salir, por simple que sea, abre una rendija.
Permite que entre aire.
Que otros sonidos reemplacen por un rato los pensamientos repetitivos.
No hay que esperar a sentirse “mejor” para salir.
Al contrario: a veces es el hecho de salir lo que nos empieza a hacer sentir un poco mejor.
No es necesario tener una meta clara.
Basta con estar disponible.
Basta con mirar alrededor y estar atentos a lo que sucede.
Hay belleza en lo espontáneo.
Hay ternura en los gestos cotidianos.
Y sobre todo, hay humanidad.
Un camarero que bromea sin conocerte.
Un niño que pronuncia tu nombre con dulzura.
Una persona mayor que comenta sobre el libro que estás leyendo.
Una celebración inesperada que llena la calle de música.
Una señora que acaricia a su gato en la ventana.
Todo eso que ocurre todos los días, en todas partes, está ahí, esperando que alguien lo vea.
El problema no es que la belleza no exista.
El problema es que, muchas veces, no estamos en condiciones de verla, o eso creemos.
Pero eso puede cambiar.
El cambio empieza con algo tan simple como ponerse los zapatos, abrir la puerta y caminar sin expectativas.
Sin buscar nada, pero abiertos a recibir todo.
Salir no elimina el dolor, pero lo desplaza por un momento.
Lo suaviza.
Nos recuerda que el mundo sigue siendo un lugar amplio, lleno de historias que no son la nuestra, lleno de personas que no saben por lo que estamos pasando, pero que, sin saberlo, nos ofrecen consuelo con su mera presencia.
Y ahí está la lección:
La vida no siempre nos da grandes respuestas, pero nos da señales pequeñas, si aprendemos a mirar.
Un día cualquiera puede estar lleno de oportunidades de conexión, aunque duren segundos.
Y en esos segundos, a veces, se encuentran motivos para seguir adelante.
Así que si hoy sentís que nada tiene sentido, si el día parece vacío, si todo pesa demasiado… no te exijas grandes decisiones.
No intentes cambiar tu vida de golpe.
Solo sal.
Mirá.
Respirá.
Sentí.
Fluí.
Y dejá que el mundo, con su infinita capacidad de sorprender, haga el resto.
Porque aunque no lo parezca, a veces, solo a veces, basta con salir.
Con regalar sonrisas.
Con dejar que la vida te abrace y te dé razones para seguir.