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Historias de Vida

La cuerda floja de enseñar

Historias de Vida

Publicado el 07/07/2025 a las 19:00 por Sara Olivera

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Tenía apenas 18 años cuando me paré por primera vez frente a un grupo como docente.
Era un liceo rural. No conocía a nadie ni entendía aún muchas cosas que hoy ya llevo marcadas en la piel; sin mucha experiencia, y con una mezcla de nervios imposible de describir.
No sabía bien qué hacer, ni cómo iban a reaccionar, pero cuando entré y vi esos ojos esperando algo de mí —sin saber qué, igual que yo— sentí algo que todavía no puedo explicar bien, pero que me sigue pasando:
supe que ese era mi lugar.

Desde entonces no solté más la docencia. Pasé por escuelas, liceos, contextos muy distintos.
Me encontré con niños llenos de ganas de aprender, con adolescentes que arrastran mochilas emocionales pesadas, con grupos que brillaban y otros que me desarmaron.
Me frustré, me emocioné, lloré sola después de clases difíciles.
Inventé actividades de noche porque “esta capaz sí les llega”.
Sostuve emociones que no eran mías, pero que igual cargaba.
Y también confirmé, una y otra vez, que esta profesión me elige tanto como yo a ella.

Trabajo sola, como tantos docentes.
Armo mis clases con dedicación, pruebo, me equivoco, empiezo de nuevo.
A veces planifico hasta último momento porque sé que si no lo hago especial, no me van a escuchar.
Porque hay que ganarse cada mirada.
Sostener, incluso cuando a una no le queda mucha fuerza.

Porque enseñar hoy no es como lo imaginamos.
No es solo pararse frente a una clase y dar un contenido.
Es leer gestos, interpretar silencios, mirar más allá de la conducta o la entrega.
Es pensar propuestas con sentido, adaptar sobre la marcha, buscar formas nuevas cada día.
Es hacer equilibrio entre lo que se espera de nosotros y lo que realmente necesitan los chiquilines.

Y no es fácil. Hay días que pesan.
Que salgo con la cabeza llena, dudando si lo que hice alcanzó.
Siento que no llego, que me falta tiempo, energía, reconocimiento.
Que lo emocional me pasa por encima.
Pero también hay otros días;
días en los que un estudiante tímido se anima a hablar.
En los que alguien que nunca participaba me dice: “yo quiero ser parte de esto”.
En los que una sonrisa, una mirada o un simple “¿mañana venís?” devuelven el sentido.

Muchos llegan sin herramientas.
No saben cómo empezar, cómo hablar, cómo organizarse, cómo tomar decisiones.
Crecen en un mundo que los sobreestimula pero no los forma.
Que les exige rendir, pero no les enseña a sostener el esfuerzo.
Que los llena de información, pero no les da sentido.
A veces están tan perdidos que se convencen de que no pueden, de que no sirven, de que no tienen nada para ofrecer.
Y ahí también estamos nosotros:
para decirles que sí pueden.
Que se puede empezar de a poco.
Que equivocarse no es fracasar.
Que tienen algo para decir.
Que pueden ser protagonistas de algo, aunque sea chiquito.

Porque enseñar también es eso: encender una chispa donde otros ven oscuridad.

Nuestro rol va mucho más allá que enseñar una lengua o un contenido.
Nos toca acompañar en un mundo cansado, exigente, incierto.
Nos toca enseñar a convivir, a confiar, a nombrar lo que duele.
Es estar con estudiantes atravesados por cosas que no siempre vemos, pero que igual están ahí.

Y no es casual que sea tan difícil.
Vivimos en una sociedad líquida, como dice Bauman.
Todo es rápido, cambiante, frágil.
Los vínculos duran poco, las certezas se desarman, todo parece descartable.
Y nuestros estudiantes están creciendo en ese contexto:
en un mundo que les exige estar conectados todo el tiempo, pero donde muchos se sienten profundamente solos.
En una cultura que les promete libertad total, pero no les enseña a elegir.
Donde todo parece urgente, pero muy pocas cosas tienen verdadero sentido.

Entonces, ¿qué lugar ocupa la escuela ahí? ¿Qué lugar ocupamos nosotros?

Ser docente hoy es caminar sobre esa cuerda floja.
Es mirar más allá del “no trajo los materiales” o el “no entregó la tarea”
y ver que muchas veces lo que hay es miedo, ansiedad, desconexión.
Es preguntar “¿estás bien?” sabiendo que quizás no respondan.
Es diseñar proyectos que les permitan expresarse,
descubrir que tienen algo para decir, que su voz vale.
Es estar, incluso sin certezas.
Es sostener, incluso cansadas.
Es abrir la puerta todos los días para decir: “Este lugar también es para vos.”

Porque enseñar no es sólo explicar.
Es traducir el mundo.
Acompañar a habitarlo.
Cuidar. Resistir. Creer.

Sí, empecé esta profesión siendo muy joven.
Y sí, sigo aprendiendo todo el tiempo.
A veces desde el acierto, muchas veces desde el error.
Pero si hay algo que no cambió desde aquella primera clase,
es que cada vez que vuelvo a entrar a un aula,
siento que estoy donde tengo que estar.

Porque enseñar no es un trabajo más.
Es una forma de habitar el mundo.
Una forma profundamente humana.
Una forma de decir, todos los días y con actos pequeños:
“Estoy acá. Vos importás.”

Y eso, aunque a veces duela, aunque canse, aunque cueste…
también es un privilegio.
También es un acto de esperanza.

Profa. Sara Olivera. Julio del 2025.

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Comentarios

Anónimo

07/07/2025 14:24

Muy interesante

Esteban

07/07/2025 16:23

Muy buen articulo Sara

Virginia

07/07/2025 20:28

Felicitaciones! Excelentes palabras, seguramente todos los docentes nos identificamos.

Bea

07/07/2025 20:39

Cuántos años tienes? No te parece que la formación Docente se queda corta en todo lo que hay que afrontar?

Sara

07/07/2025 22:34

Hola Bea! Tengo 25. Creo que la formación docente te abre las puertas a lo pedagógico, te otorga un espacio de práctica y te entrega las herramientas básicas. Pero hay cosas que solo se aprenden estando ahí, parada cara a cara con un aula real. Y me atrevo a decir que, además de lo teórico, juega mucho la intuición, la experiencia y la vocación.

Dahi

07/07/2025 23:18

Me encantó, es tan cierto!

Henry

08/07/2025 11:08

Qué lindo artículo Sara. Felicitaciones :)

Anónimo

09/07/2025 16:49

Excelente, muy humanizador. Un privilegio trabajar con vos Sara. Felicitaciones!

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