No hablan, pero sienten todo
Publicado el 11/06/2025 a las 18:00 por Chino Biurra

Desde chico sentí algo por los animales que no podía explicar, algo que va más allá de la ternura, más allá de que “me gusten”. Es como si pudiera ver en sus ojos algo que muchos no ven. Como si pudiera escuchar su silencio, ese que grita sin voz cuando sufren, solos, asustados
Cuando vivía en Rivera pasaba muchas horas en la calle, y todas estas historias se veían mucho, cada pocas cuadras se podía ver que habían perros, desesperados en busca de un poco de comida, gatos escondidos en motores de autos, temblando. Y sentía algo raro, sentía que era el único que podía ver eso, veía a la gente de mi al rededor y realmente, nadie parecía verlos, nadie parecía oírlos. Y eso era lo más triste, la indiferencia, el olvido.
Un día como cualquier otro, estaba revisando grupos en donde personas publicaban casos de animales, siempre que veía uno, me ponía en contacto, pero este en particular fue diferente, encontré a Vic. O mejor dicho, ella me encontró a mí, de la manera más dura posible, estaba atada con cadenas que le habían comido el cuello. Su cuerpo estaba invadido por gusanos, y no podía pararse. Cuando la vi, lo primero que pensé fue: “cómo puede alguien hacerle esto a un ser que solo sabe amar”. Me puse en contacto con la familia que la tenía y fui, cuando llegué, me invadió el olor a putrefacción, un galpón humedo, abandonado, un plato de comida con muchos bichos y ahi estaba ella, fue difícil acercarme, ella tenía miedo, mostraba los dientes. Pero bastaron quince segundos de caricias para que bajara la cabeza. Se rindió. No porque se entregara, sino porque por fin sintió algo distinto, algo que no dolía
Le conseguí un hogar transitorio por mientras la curabamos, fueron dos meses de curaciones. Dos meses yendo a buscarla lejos, todos los días, dos veces al día. Dos meses de heridas, de comida rica, de jugar con ella, de confianza que se iba armando de a poquito. Se recuperó, y cuando estuvo bien, corrió, libre, feliz, fue una de las victorias más hermosas que viví. Por eso le puse ese nombre. Vic.
Pero no todas las historias terminan así. Muchas ni siquiera se cuentan, porque no hay ojos que miren, porque no hay leyes que pesen, porque no hay castigos que duelan tanto como el daño que provocan
En Uruguay, a veces pareciera que el dolor animal no importa tanto. Lo que se hace con ellos muchas veces queda impune, o apenas sancionado con una multa. He visto cosas que no quiero volver a ver. Y escuchado cosas que no quiero repetir. Gente que cree que un animal es un objeto. Un entretenimiento.
Y a veces me pregunto: ¿cómo se llega a eso? ¿En qué momento dejamos de sentir?
No lo digo desde la rabia, aunque me atraviese, lo digo desde el dolor, porque lo que más duele no es solo el maltrato… es la ausencia total de empatía.
Yo no busco que todos sean rescatistas. Ni que todos piensen como yo, pero ojalá pudiéramos volver a mirar a los animales con la ternura que se merecen. Con el respeto que da saber que sienten como nosotros. Que se asustan. Que recuerdan. Que confían. Y que muchas veces son capaces de querer más y mejor que cualquier humano.
No quiero que este texto sea un dedo acusador, quiero que sea un espejo, para que cada uno se mire. Para que recordemos que la forma en que tratamos a los que no pueden defenderse, dice mucho de lo que somos.
A veces, ser voz de los que no la tienen, no es gritar. Es contar. Es no olvidar. Es volver a sentir.