¿Y si rompemos el Estado?
Publicado el 06/06/2025 a las 17:00 por Derek Smith Estrada

Una propuesta libertaria para un Uruguay sin corrupción
¿Y si la solución no está en más controles, más leyes y más organismos anticorrupción, sino en desarmar el poder mismo? ¿Y si el problema no es solo quién gobierna, sino cuánto poder tiene ese gobierno?
Uruguay es un país pequeño, pero fuertemente centralizado. Desde Montevideo se toman decisiones que afectan a 19 departamentos como si fueran barrios de una misma ciudad. Esto concentra recursos, decisiones y poder político en pocas manos. Y donde hay concentración, hay corrupción. No por maldad, sino por incentivos: cuanto más lejos está el poder de la gente, más fácil es esconder lo que se hace con él.
Por eso, esta propuesta apunta a algo radical pero simple: federalizar Uruguay al extremo, fragmentar el poder al punto de que la corrupción se vuelva impracticable. No con más vigilancia, sino con menos poder concentrado.
La idea es transformar cada departamento en una unidad autónoma, con su propio gobernador y legislatura. El gobierno nacional quedaría reducido a funciones esenciales: defensa, relaciones exteriores, moneda y justicia superior. Todo lo demás —educación, salud, seguridad, obras públicas— pasaría a manos departamentales.
Pero no termina ahí. En zonas densas como Montevideo, habría elecciones barriales con poder real. Cada zona tendría su propio presupuesto y gobierno vecinal. Esto hace casi imposible comprar votos o armar redes clientelares duraderas: el grupo es chico, todos se conocen, todos miran.
A esto se suma un cambio de fondo: el Estado dejaría de ser el único proveedor de servicios. En vez de sostener sistemas centralizados y burocráticos, se entregarían vouchers a cada ciudadano para que elija cómo y dónde educarse, atender su salud, o capacitarse. Los proveedores competirían entre sí, públicos y privados, y el ciudadano recuperaría el poder de decisión.
Los impuestos también serían locales. Cada región establecería su carga tributaria y competiría por atraer contribuyentes. Esto genera un mercado de políticas públicas: los gobiernos eficientes ganan, los ineficientes pierden población.
Y para cerrar el círculo: transparencia total. Cada gasto del Estado visible en tiempo real. Cargos políticos revocables por referéndum. Plebiscitos obligatorios para cualquier aumento de impuestos.
¿Es desigual? Sí, habrá regiones que gestionen mejor que otras. Pero eso también es parte de la libertad: poder elegir dónde vivir, bajo qué reglas, con qué calidad de servicios. En vez de uniformar el país a la fuerza, se permite que cada zona encuentre su propio camino.
Este modelo no es para quienes quieren un Estado que cuide. Es para quienes quieren cuidarse a sí mismos. Para quienes creen que la libertad no se mendiga ni se delega. Que se ejerce, todos los días, desde lo local, lo pequeño, lo cercano.
Un Uruguay así sería difícil de gobernar desde arriba. Pero sería mucho más difícil de corromper.