¿Héroes o verdugos?
Publicado el 23/07/2025 a las 18:00 por Elizabeth Pallante

¿Héroes o verdugos?
La historia no es tan clara como quisiéramos.
Desde pequeños nos enseñaron a dividir el mundo entre buenos y malos. Nos contaron que ciertos líderes fueron monstruos sin alma… y que otros, en cambio, fueron soñadores valientes, luchadores por el pueblo. Nos dijeron que unos reprimieron por odio, y otros… por justicia.
Pero, ¿y si no fuera tan simple?
¿Y si empezáramos a mirar menos el uniforme y más los hechos?
¿Y si aceptáramos que algunos de los rostros que colgamos en las paredes no eran tan distintos de los que aprendimos a temer?
No se trata de defender a nadie. Se trata de mirar con los ojos abiertos.
Porque a veces idealizamos a ciertos dictadores no por lo que hicieron, sino por lo que representan para nosotros.
Y eso, aunque nos cueste admitirlo, dice más de nosotros que de ellos.
Cuando la ideología vale más que la verdad
Hitler. Mussolini. Franco. Stalin. Castro. El Che.
Seis nombres. Seis historias marcadas por sangre, miedo y poder.
A los tres primeros los condenamos sin matices.
A los tres últimos, millones aún los veneran. ¿Por qué?
Todos siguieron el mismo patrón: poder absoluto, represión del disidente, culto al líder, discurso único.
Todos justificaron la violencia en nombre de una causa.
Y sin embargo, no los juzgamos igual.
¿Por qué? Porque uno simboliza el fascismo, y otro la revolución.
Uno representa la derecha autoritaria, y otro la lucha contra el imperialismo.
Y eso, para muchos, basta para absolverlo todo.
España: donde la moral se mide con una brújula rota
En España, esta distorsión se nota con especial claridad.
Basta con simpatizar con una idea conservadora para ser tachado de franquista.
En cambio, quienes defienden posturas radicales de izquierda —aunque estén asociadas con represión o violencia— suelen ser vistos como luchadores sociales o progresistas.
Franco fue un dictador. No hay debate ahí.
Pero también lo fue Fidel Castro.
Stalin dejó millones de muertos, pero se le sigue nombrando como el hombre que venció a Hitler.
El Che ejecutó opositores sin juicio, pero su rostro se imprime en camisetas como símbolo de libertad.
El problema no es solo el doble rasero.
Es la voluntad de no ver.
Nos cuesta condenar a quienes representan nuestras ideas.
Y si el verdugo lleva una bandera que nos gusta… el crimen, de pronto, parece menos crimen.
Los símbolos nos roban el pensamiento crítico
Hoy, lo que alguien representa importa más que lo que hizo.
Si luchó “por el pueblo”, si habló “contra el capitalismo”, si decía estar “del lado de los oprimidos”, entonces todo se perdona.
Como si la causa justificara el método.
Como si la ética fuera opcional si el fin nos parece noble.
Una frase revolucionaria puede tapar una prisión clandestina.
Una camiseta con una estrella puede romantizar años de represión.
Y eso no es justicia.
Es ingenuidad. O peor: es complicidad disfrazada de idealismo.
Mirar la historia sin colores
Idealizar a un dictador porque se opuso a otro dictador es una forma infantil de entender la historia.
No hay héroes puros en el poder absoluto.
Solo hay decisiones que destruyen vidas, silencian voces, aplastan libertades.
Y esas decisiones no cambian de naturaleza porque las hizo “uno de los nuestros”.
Reconocer esto no nos vuelve de derechas ni de izquierdas.
Nos vuelve más lúcidos.
Nos recuerda que la moral no puede depender del enemigo que tengamos enfrente.
Si un régimen calló bocas, persiguió disidentes y gobernó desde el miedo, entonces fue una dictadura. Punto.
Da igual si llevaba una cruz, una estrella o una boina.
Preguntas que incomodan, pero hay que hacerse
- ¿Por qué nos cuesta tanto juzgar con la misma dureza a quienes defienden nuestras ideas?
- ¿En qué momento decidimos que matar por una causa “noble” no es tan grave?
- ¿Cuánto hay de verdad histórica en nuestros ídolos… y cuánto hay de necesidad emocional?
- ¿Y si el Che hubiera llevado otro uniforme, seguiríamos viéndolo como un símbolo de libertad?
Conclusión: la moral no puede ser selectiva
No hay dictadores buenos.
Solo hay dictadores que aún no hemos querido mirar de frente.
Si seguimos juzgando la historia con el filtro de nuestras simpatías,
no solo nos engañamos: también ayudamos a repetir los errores.
Esta vez, con nuestra bendición.