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Ideas al borde del mapa

Publicado el 18/05/2025 a las 00:00 por Gabriel Bengoechea

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Escribo estas líneas con una mezcla de tristeza y preocupación. Cada fin de semana veo a más y más jóvenes adultos perdidos en el éxtasis momentáneo de la noche, preocupados por qué van a tomar el viernes o qué ropa van a lucir el sábado. El trabajo, el respeto, el esfuerzo… han sido relegados a un segundo plano. Salir se ha vuelto, en muchos casos, una ruleta rusa: ¿quién termina a los golpes esta vez? ¿Quién recibe un botellazo? Y lo digo desde mi experiencia, no con ánimo de juzgar, sino de sacudir un poco la modorra colectiva.

En el ámbito universitario, la situación no cambia demasiado. Veo con frecuencia cómo compañeros se enfocan solamente en saber qué caerá en el parcial, como si el único objetivo fuera aprobar, sin importar el conocimiento real. La universidad se ha convertido para muchos en una estación de paso, una obligación sin alma. Pero yo creo que debería ser todo lo contrario: un espacio de formación ética, de pensamiento crítico, de acción digna y responsable.

Si no cambiamos esa forma de ver la vida, si no recuperamos valores como la integridad, la responsabilidad y el compromiso con nuestro país, estamos condenados a la mediocridad. Y lo digo con todas las letras: ¡a la mediocridad! Porque no hay progreso posible si nuestra juventud —el motor del mañana— elige el camino de la indiferencia o el facilismo.

Me causa gracia, y también cierta pena, escuchar a quienes se quejan de la política diciendo que “no vale la pena involucrarse porque nada va a cambiar”. A ellos les digo: nada cambia si ustedes siguen permitiendo que nada cambie. La indiferencia ante la corrupción, la negligencia o la inoperancia no es neutralidad: es complicidad. La ciudadanía tiene un rol esencial en la defensa de las instituciones y de la Patria. Si nos desentendemos, si dejamos hacer, luego no nos quejemos de las consecuencias.

Sé que este artículo puede sonar pesimista, y no es mi intención. En lo personal, me considero optimista… o más bien, realista con ganas de cambiar las cosas. Estamos en una encrucijada como juventud y como país. Si no nos movemos ahora, si no nos levantamos con fuerza, vamos a terminar en la desdicha. Como decía un profesor que tuve en la carrera de Logística: “Antes era el pez grande el que se comía al chico, hoy es el pez rápido el que se come al lento.” Y el Uruguay necesita ser un pez rápido, ágil, preparado. Porque el mundo avanza, y si no corremos detrás del desarrollo, nos vamos a quedar atrás. Y desde atrás, salir es durísimo. Ahí está el ejemplo de nuestros hermanos argentinos, que siguen pagando el precio de decisiones desacertadas.

Otro problema que enfrentamos es el lavado de cerebro constante al que nos expone la cultura de la inmediatez y la “infoxicación”. Hoy la gente se informa menos, o peor aún, cree estar informada con titulares vacíos y eslóganes repetidos. Así, el pensamiento crítico —esa herramienta que hace a un pueblo libre— está siendo liquidado.

Y cuando el pensamiento crítico muere, nace la grieta. En Uruguay, esa grieta todavía es pequeña, pero se está ensanchando. Cada vez hay menos diálogo, menos debate honesto, más ataques, más trincheras ideológicas. Y eso no nos lleva a ningún lado. Yo creo en otra política. Una donde los políticos estén al servicio del pueblo, y no al revés. Pero también creo que el pueblo debe tener las herramientas necesarias para comprender qué le conviene realmente. Y eso solo se logra con educación, con una cultura del trabajo y, sobre todo, con integridad.

Me preocupa escuchar en campaña a candidatos decir con orgullo que “no son políticos”. ¿Desde cuándo ser político es un insulto? Esa frase refleja una profunda desconfianza del pueblo hacia sus representantes, y eso debilita a nuestras instituciones. El problema no es ser político; el problema es cuando quienes ocupan esos lugares sienten desprecio por la Patria, por la gente, por los valores republicanos. Hoy muchas campañas están construidas casi exclusivamente sobre emociones, generando rencor y separación entre partidos que, al fin y al cabo, deben representar a todos los uruguayos.

Por eso creo que debemos hacernos una pregunta urgente y sincera: ¿Qué tipo de política queremos? ¿Cómo la queremos? ¿Y hacia dónde queremos ir?

No está todo perdido. Pero hay que despertarse. La juventud tiene una responsabilidad histórica. Y el Uruguay —nuestro querido y gran país— necesita de todos nosotros, con la frente en alto, la mente clara y el corazón puesto en la causa común del desarrollo, la libertad y el respeto.

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Gabriel Bengoechea

Estudiante de Ingeniería en Logística, explorador del futuro. Apasionado por la tecnología, la sostenibilidad y cómo lo cotidiano puede transformarse con inteligencia y visión.

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Comentarios

Cristian

18/05/2025 13:52

Che te piraste boi

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