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Política y Opinión

La paradoja del esfuerzo

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Publicado el 27/06/2025 a las 19:00 por Derek Smith Estrada

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La paradoja del esfuerzo: cuando invertir rinde más que producir

Vivimos en un mundo globalizado, con acceso instantáneo a información, análisis financieros y herramientas que hace apenas unas décadas eran exclusivas de unos pocos. Hoy, cualquier persona con un celular y conexión a internet puede aprender a invertir, comparar mercados y tomar decisiones económicas que trascienden fronteras. Plataformas como YouTube o Google se han vuelto maestras silenciosas de millones.

Y entonces ocurre una paradoja: el ciudadano común, al informarse, descubre que puede obtener entre un 5% y un 10% anual simplemente invirtiendo en índices financieros como el S&P 500, sin salir de su casa. Sin empleados, sin leyes laborales, sin inspecciones, sin sindicatos, sin multas.
¿Para qué asumir el riesgo de emprender, de contratar personal, de trabajar de sol a sol, cuando se puede ganar más dejando el dinero quieto?


Esta realidad golpea fuerte en países como Uruguay, donde la producción —especialmente la agropecuaria— ha sido históricamente el pilar del desarrollo nacional. Desde 1828, cuando se consolidó nuestra independencia, la tierra ha sido el sustento del país. Por casi dos siglos, Uruguay ha crecido de la mano del campo, con su gente trabajando en condiciones duras, desafiando el clima, la distancia y la falta de infraestructura básica.

Pero hoy ese modelo está en jaque.


La presión fiscal que pesa sobre quienes producen es cada vez más alta. En el agro, los márgenes de ganancia son bajos: 2%, 3% con suerte. Y a eso hay que sumarle otro obstáculo igual de dañino: la burocracia.
Productores, comerciantes y empresarios deben pasar varios días al mes entre trámites, formularios, gestiones presenciales, oficinas públicas, errores administrativos, idas y vueltas que les quitan tiempo de trabajo real.

Es común que una jornada productiva se pierda entera por tener que resolver un papel mal hecho, un permiso duplicado o una firma que falta.

No se mide cuánto pierde un país en productividad por ponerle tantas trabas al que quiere trabajar.

Ni hablar del estado de los caminos rurales —no rutas, caminos— de tierra o pedregullo, intransitables, llenos de pozos que rompen vehículos, retrasan traslados, encarecen los costos y alejan al país productivo de cualquier tipo de eficiencia logística.

¿En esas condiciones, quién quiere levantarse a las cinco de la mañana a trabajar bajo la lluvia o el sol, sin servicios, sin conectividad, con riesgos constantes y con escasa recompensa económica?


La consecuencia es predecible: el capital migra.
Se va del campo a la bolsa. Se va de la construcción a los fondos de inversión. Se retira del comercio, de la industria, de los servicios… hacia donde la rentabilidad es mayor y la carga impositiva y burocrática es menor.
Porque no es solo el agro el que sufre. Cualquier rubro productivo se ve tentado a abandonar su actividad cuando el retorno es escaso y las trabas son tantas.


Entonces, ¿qué país queremos construir?

¿Uno donde producir sea un castigo y especular una recompensa?

No se trata de evitar impuestos ni de eliminar controles. Se trata de hacerlos razonables.
Se trata de entender que si castigar al que produce se vuelve una política constante, lo que se castiga, en el fondo, es el futuro del país.

El Estado debe ser consciente de que cada vez que aprieta demasiado a quienes generan trabajo, valor, exportaciones y alimentos, está empujando a sus ciudadanos a abandonar el esfuerzo y buscar rentas pasivas.

Lo que parece una lógica individual racional —y lo es— se convierte en un problema colectivo.
Si nadie produce, si nadie se arriesga, si todos solo invierten para extraer rentabilidad financiera, ¿quién sostiene el país real?


La advertencia es clara:

El desbalance entre la presión sobre la producción, la carga burocrática y los incentivos a la inversión pasiva puede llevarnos a un modelo de país inviable.

Hay que volver a valorar el trabajo, el riesgo, el sacrificio de quienes sostienen las bases materiales de la nación.
Porque ningún país vive solo de papeles financieros. Vive de lo que produce.
Y sin producción, no hay nada que repartir.

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Derek Smith Estrada

Estudiante de Administración, Negocios Internacionales, Marketing y Finanzas. Apasionado por la política, la economía y la historia.

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Comentarios

Esteban

27/06/2025 19:05

Hoy reflexionando con la nota anterior pensaba exactamente eso, más bien en S&P, una locura

Derek

29/06/2025 06:38

Y ese es el gran problema. ¿Por qué arriesgar invirtiendo en Uruguay si la ganancia es tan baja y el riesgo tan alto?

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