La paradoja uruguaya: Entre la felicidad colectiva y el silencio individual
Publicado el 18/05/2025 a las 14:00 por Esteban Rodrigues

Siempre me llamó la atención que Uruguay liderara dos rankings sudamericanos para algunos totalmente antónimos, siendo estos el ranking de países más felices y el de suicidios. Por muchos años, desde que empecé la carrera de Psicología, siempre me hice la misma pregunta: ¿cuál podría ser la correlación de estos hechos? Esta paradoja, que parece inexplicable a primera vista, revela algo profundo sobre la sociedad uruguaya y su relación con el bienestar emocional.
Hace un tiempo empecé a darme cuenta de algunas cosas a través de mis propias experiencias. Todos sabemos lo fuerte que puede ser la crisis de los 20, la entrada al mundo adulto y la autosuficiencia, principalmente económica, donde la presión te hace conocer cualquier tipo de crisis. La transición hacia la adultez en Uruguay está marcada por expectativas particularmente altas, heredadas de generaciones anteriores que vivieron otro contexto histórico y económico.
Y fue en uno de esos momentos, con la presencia de mi vieja duda sobre los uruguayos, el suicidio y la felicidad, cuando me di cuenta de algo fundamental que conectaba ambas realidades.
Siempre hice el chiste: "el uruguayo es tan feliz que no encuentra otra salida a la tristeza". Y ahí estaba: la presión que siente el uruguayo es peculiar. Es un país donde todos percibimos la felicidad ajena, así como el mundo lo hace. Percibir a nuestros padres y familiares realizados y no sentirnos de la misma manera nos hace —además de sentirnos tristes— sentirnos fracasados y distintos al resto. Esta disonancia entre la imagen exterior y la experiencia interna genera un sufrimiento silencioso que pocas veces se verbaliza.
Culturalmente, Uruguay ha construido una imagen de estabilidad, desarrollo y bienestar que funciona como una vara de medición constante para sus habitantes. Los indicadores socioeconómicos positivos, la estabilidad democrática y la imagen internacional de "Suiza de América" crean una narrativa de éxito colectivo que puede ser asfixiante para quienes no encajan en ella.
Hoy lo que pienso es que el uruguayo no está acostumbrado al fracaso. Es un país exigente con una sociedad muy bien maquillada, en la cual hay hace muchos años una pandemia silenciosa. El tabú sobre la salud mental, combinado con un estoicismo cultural que valora el "aguante" y el enfrentar los problemas en soledad, ha creado un contexto donde muchas personas sufren en silencio, sin buscar ayuda hasta que es demasiado tarde.
Para abordar esta situación paradójica, necesitamos fomentar espacios de diálogo genuino sobre las expectativas sociales, normalizar las conversaciones sobre salud mental y construir redes de apoyo que permitan expresar vulnerabilidades sin temor al juicio social. Solo así podremos comenzar a desmontar esta contradicción que hace que uno de los países más "felices" de la región también tenga una de las tasas de suicidio más altas.
[ESTO SOLO ES UNA OPINIÓN QUE INVITA AL LECTOR A INTERACTUAR CON LA MISMA]