Las Hormigas de la Novena Colina
Publicado el 25/07/2025 a las 19:00 por Gabriel Bengoechea

Las Hormigas de la Novena Colina
Cuando el sol roza con tibieza la raíz del limonero, comienza la Ceremonia del Polvillo. Cientos de hormigas emergen en formación estricta, portando diminutas ramitas como estandartes, danzando en círculos concéntricos alrededor de una migaja de pan —a la que veneran como si fuese un meteorito sagrado caído del cielo.
No saben que lo es.
Desde lo alto, sentado con las piernas cruzadas y un mate frío en la mano, el humano las observa. No por ciencia, ni por ocio: simplemente porque sí. Porque ese día se le cayó el celular en el water y no tiene nada mejor que hacer.
—Hoy celebran el regreso del Guardián del Azúcar —murmura, como si entendiera algo.
Una de las hormigas, vestida con lo que parece ser un casco hecho de cáscara de cebolla, lidera el canto tribal. Golpea el suelo con sus patas delanteras. Las demás responden al ritmo. El canto no se escucha, pero se intuye.
Hay danzas de apareamiento que duran más que los romances humanos. Hay duelos por territorio que terminan con una pausa para el almuerzo comunitario. Hay una que pinta las paredes del hormiguero con excremento de oruga y todos la llaman artista.
—Mirá esta —dice el humano, señalando a una hormiga que empuja una piedra diez veces más grande que ella—. CEO sin saberlo.
Ignoran que alguien las mira. Y lo que es peor: ignoran que su sin sentido es tan solemne que parece significativo.
El humano, testigo de estas miniaturas operetas existenciales, comienza a tomar notas en la libreta que encontró en el fondo de una mochila vieja. Anota cosas como:
- “Las hormigas no saben que morirán, pero construyen igual.”
- “Una creencia compartida convierte una miga en un milagro.”
- “El ritual es lo que hace al pan sagrado, no al revés.”
Y así, a medida que la tarde cae, las hormigas se entregan a la Procesión del Retorno, llevando a la Reina un grano de arroz envuelto en telaraña, como si fuera la última ofrenda de un mundo agonizante.
El humano aplaude bajito.
Pero nadie lo escucha.
La Caída del Dedo Divino
Al amanecer del tercer día, algo cambia.
El humano, ya encariñado con sus pequeñas amigas ceremoniosas, decide que debe intervenir. ¿Cómo no hacerlo? Son tan organizadas, tan entregadas, tan… erradas. ¿No merecen saber la verdad? ¿No merecen progreso? ¿Un Excel, al menos?
Así que se agacha con una solemnidad que haría llorar a un monje tibetano, y con el dedo índice señala el centro de la Novena Colina.
—Se acabó el oscurantismo, muchachas.
Y ahí, con un leve movimiento digital, aparta delicadamente la miga de pan que tanto veneraban.
Silencio.
Las hormigas se congelan. Se miran entre sí con pánico antenudo. El vacío donde antes estaba la Sagrada Migaja ahora parece un agujero negro teológico. Algunas colapsan. Otras comienzan a correr en círculos. Una se mete la cabeza en la tierra. Otra grita (en idioma hormiga):
—¡¡¡EL FIN HA LLEGADO!!!
Un comité se reúne de urgencia. La de la cáscara de cebolla renuncia. El artista del excremento hace una obra nueva titulada “El Vacío es Dios”. Las jóvenes radicales fundan una secta negacionista: la migaja nunca existió.
Mientras tanto, el humano, con toda la buena intención que caracteriza a los grandes desastres, decide dejarles algo “mejor”. Saca un trozo de medialuna del bolsillo de su campera y lo coloca ceremoniosamente sobre la colina.
—Ahí tienen, hermanitas. Carbohidratos nivel divino.
Pero el trozo es tan grande que derrumba parte del hormiguero. La Reina, antes obesa y venerada, queda atrapada bajo una capa de hojaldre. Un grupo de hormigas grita:
—¡Una nueva era! ¡El Gran Laminado Dorado ha venido a aplastarnos y redimirnos!
Y fundan una nueva religión.
Tres horas después, el humano se aburre, se rasca la cabeza y se va. Al fin y al cabo, tiene que ir al súper. Nunca más vuelve. Nunca más piensa en las hormigas.
Pero abajo, en los restos del hormiguero, las cosas se agitan.
Los descendientes del Comité fundan un sistema parlamentario. El artista del excremento ahora es Ministro de Cultura. Las sectas se multiplican, cada una interpretando un gesto distinto del “Gran Dedo”. La miga original es reconstruida en cartón piedra. Una generación entera vive adorando una réplica.
Y una vez al año, cuando el sol roza con tibieza la raíz del limonero, las hormigas celebran el Festival del Dedo Descendente. Cantan, bailan, marchan con estandartes, debaten acaloradamente en pequeños cafés de hormiga sobre la existencia o no de aquel ser gigante que una vez trajo la destrucción… y el hojaldre.