Ser blanco no se explica, se siente. Es una forma de entender la vida, de mirar al país con el corazón antes que con los ojos. Es amar al Uruguay por encima de uno mismo, creer que en cada rincón de esta tierra late el mismo derecho a soñar, crecer y construir un futuro mejor.
Ser blanco es sentir la patria en el pecho. Es creer en un país libre, justo y descentralizado, donde cada uruguayo, sin importar el lugar donde haya nacido, tenga la oportunidad de desarrollarse y ser parte de algo más grande que él mismo.
Ser blanco es poner el bien del país por encima de cualquier convicción personal. Es elegir siempre lo que hace grande a la patria, incluso cuando eso implica sacrificios o renuncias. Es entender que el amor a la nación está por encima de cualquier diferencia.
No hace falta explicarlo con palabras, porque ser blanco es una emoción que nace del alma. Es una historia que se lleva en la sangre, una herencia que no se impone, sino que se siente. Es una llama que no se apaga, porque está encendida en el corazón de quienes creen en un Uruguay unido, libre y solidario.
Ser blanco es creer en la libertad, en la igualdad de oportunidades y en un país donde cada rincón tenga voz, fuerza y futuro. Es confiar en que el destino del Uruguay se construye con trabajo, justicia y esperanza.
Ser blanco es, en definitiva, sentir la patria como parte de uno mismo. Es mirar al cielo celeste y saber que, mientras haya un uruguayo soñando con un país mejor, la historia blanca seguirá viva.
Por: Mathias Oten