La ficción de la representación: encuestas vacías y el silencio ciudadano
Publicado el 02/07/2025 a las 17:00 por Derek Smith Estrada

La ficción de la representación: encuestas vacías y el silencio ciudadano
En tiempos electorales, la política se llena de diagnósticos. Candidatos y equipos técnicos salen a la caza de información, ávidos por entender "qué quiere la gente", qué la preocupa, qué la moviliza y —más importante aún— qué espera de sus representantes. Para eso, recurren a uno de los instrumentos más trillados de las democracias modernas: las encuestas de opinión.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando ese instrumento, lejos de acercar al político al ciudadano, lo aleja aún más?
Hoy asistimos a una situación preocupante: las encuestas han dejado de ser una herramienta de escucha para convertirse en una herramienta de confirmación. En lugar de abrir el diálogo con la sociedad, lo cierran. En lugar de invitar al ciudadano a expresar sus inquietudes, lo encasillan en formularios cerrados, rígidos, que no permiten matices, contradicciones ni reclamos genuinos. Preguntas que no preguntan, sino que sugieren. Respuestas que no responden, sino que se adaptan a opciones prefijadas.
Este modelo de consulta produce una ilusión de participación, pero no participación real. El ciudadano se convierte en un número, en una estadística moldeada por la estructura de quien pregunta. La libertad de expresión queda anulada desde el diseño mismo de la encuesta. ¿Y entonces, qué obtiene el político? Una ficción. Una imagen parcial, distorsionada y, muchas veces, completamente ajena a la realidad social.
Esa es la raíz de la desconexión. Los políticos diseñan sus campañas en función de resultados que no representan a nadie. Hablan de temas que no preocupan, prometen soluciones para problemas secundarios y omiten, sistemáticamente, los asuntos que de verdad atraviesan la vida de los ciudadanos. Así, mientras el pueblo habla de inseguridad, de falta de acceso a la vivienda, del costo de vida o de la decadencia educativa, los discursos políticos giran en torno a anécdotas, polémicas mediáticas o slogans vacíos.
Además, existe otro problema igual de serio: el centralismo en la escucha política. Muchos legisladores o figuras del Ejecutivo se sienten abrumados por los reclamos de quienes tienen más cerca: sus conocidos, asesores o los que logran acceso físico a los espacios de poder. Pero eso no representa a la mayoría. La mayoría —la verdadera mayoría— está lejos del Palacio Legislativo. Son los no escuchados, los invisibles de los otros 18 departamentos que no son Montevideo. Uruguay tiene 19 departamentos, pero muchas veces se gobierna como si tuviera uno solo.
Se legisla pensando en la realidad de la capital, ignorando que lo que se resuelve en Montevideo muchas veces es inaplicable en el interior. Sindicatos acuerdan condiciones laborales junto al Ministerio de Trabajo que en papel suenan justas, pero en la práctica son imposibles de cumplir fuera de la capital: en la construcción, en el comercio, en el servicio doméstico. No se puede legislar para cinco personas y pretender que eso funcione en todo el país. Así, la ley se convierte en una trampa. Y lo más triste es que nadie quiere incumplir la ley. Nadie quiere estar fuera de la norma. Pero el problema es que la norma muchas veces no contempla la realidad.
Frente a esta desconexión estructural, urge un cambio de enfoque. No se trata solo de mejorar la metodología de las encuestas. Se trata de replantear el vínculo entre el Estado y sus ciudadanos. Espacios como el ombudsman —figura ausente o vaciada en muchos países— podrían servir como puente. Pero más allá de estructuras institucionales, lo esencial es recuperar una práctica política basada en la escucha auténtica, no simulada. Una que reconozca la diversidad del territorio, que entienda que no hay Uruguay posible si no se escucha al país entero.
Porque cuando el ciudadano siente que su voz no es oída, que su realidad no es nombrada y que sus problemas no figuran en la agenda, deja de creer. Y cuando deja de creer, no hay sistema que aguante.