La paradoja del amor propio: Por qué quien más se conoce, menos exige
Publicado el 16/07/2025 a las 19:00 por Esteban Rodrigues

La paradoja del amor propio: Por qué quien más se conoce, menos exige
Existe la creencia popular que sugiere que mientras más trabajemos en nosotros mismos, más "merecemos" una pareja excepcional. Esta mentalidad transaccional del amor nos lleva a pensar: "Como disfruto mi soledad (sé estar solo), trabajo duro y me desarrollo personalmente, merezco a alguien igual o mejor que yo". Sin embargo, esta perspectiva puede estar fundamentalmente equivocada.
La verdadera introspección que surge de pasar tiempo en soledad nos revela una verdad incómoda pero liberadora: somos profundamente imperfectos. Esta revelación no debería generar autocrítica destructiva, sino todo lo contrario. El acto más auténtico de autoestima es aprender a perdonarnos por nuestras fallas, limitaciones y contradicciones.
Cuando realmente nos conocemos y aceptamos, ocurre algo paradójico: nos volvemos menos exigentes con los demás. No es que bajemos nuestros estándares, sino que entendemos que la perfección no es ni realista ni necesaria para el amor. Reconocemos que todos cargamos con heridas, miedos e inconsistencias, y que ninguno de nosotros es un producto terminado.
Creo que hoy en día no se conoce la diferencia entre autoestima superficial y amor propio genuino, siendo el primero considerado suficiente y la meta del autoestima ideal. Mientras que la autoestima tradicional se basa en comparación y superioridad, busca validación externa y exige perfección para sentirse valiosa, el amor propio exige una autocompasión auténtica, reconoce la humanidad común, practica la autoamabilidad y abraza la imperfección como parte del ser humano.
Una persona con verdadero autoconocimiento comprende que su pareja tiene derecho a ser imperfecta. Esta imperfección no la hace "poco para nosotros", sino que la hace humana. El amor maduro no busca la perfección en el otro, sino la autenticidad, el crecimiento mutuo y la compasión compartida.
El verdadero amor propio no nos hace más exigentes, sino más compasivos. Cuando aceptamos nuestras propias imperfecciones con amabilidad, naturalmente extendemos esa misma gracia a quienes elegimos amar. La madurez emocional no consiste en merecer el amor por nuestras cualidades, sino en reconocer que todos merecemos amor precisamente por nuestra humanidad imperfecta y perfectible.
En última instancia, la persona que realmente se conoce y se ama no busca una pareja perfecta, sino una pareja real: alguien dispuesto a crecer, a ser vulnerable y a caminar juntos a la par.