La poesía no sirve para nada
Publicado el 30/05/2025 a las 12:00 por Mauren Zamora

La poesía no sirve para nada. No produce bienes, no ofrece soluciones prácticas, no tiene un rol claro en el engranaje del mundo contemporáneo, no mejora la eficiencia ni se traduce en beneficios mensurables, no es rentable, no es viral. Y sin embargo, persiste.
Se la mira con desdén o con ternura condescendiente. Como algo bello pero innecesario, una delicadeza frágil y prescindible. Como si fuera un residuo romántico de otro tiempo, una actividad secundaria, un lujo menor.
Pero lo inútil no es igual a lo irrelevante. Lo que no sirve para nada, muchas veces, es lo único que realmente importa.
La poesía no tiene por qué ser revolucionaria, ni política, ni clara. No necesita moralejas, no tiene obligación de explicar nada. Puede ser íntima, abstracta, breve, críptica o insoportable. Puede hablar de una guerra o de un corazón roto. Y en ambos casos, su valor es el mismo: existir en el margen de lo que se espera, de lo que se exige.
En un mundo que premia la velocidad, la utilidad y la productividad, la poesía desacelera. Desarma. Invita al silencio, a la contemplación, a sentir sin explicación. Y eso es profundamente incómodo, porque toca fibras que muchos han anestesiado, porque no ofrece distracción sino espejo.
Decía Cristina Peri Rossi en Estado de Exilio:
No se trata de salvar el mundo, ni de cambiar gobiernos. Se trata de que, en medio de la crueldad o el absurdo, una palabra pueda aliviar. Hacer lugar. Dar nombre. Permitir que alguien se sienta menos solo.
La poesía no está hecha para servir, está hecha para conmover. Y eso —en estos tiempos, en todos los tiempos— es un acto revolucionario.