La situación de la pesca es un cruce de caminos para Uruguay
Publicado el 19/08/2025 a las 19:00 por Mateo Alonso

Para quienes no se hayan enterado, desde hace casi 3 meses la pesca en Uruguay está paralizada. El Sindicato Único de Trabajadores de Mar y Afines (SUNTMA) se declaró en huelga reclamando la suma de un tripulante más a todas las embarcaciones para hacer guardia durante algunos turnos, cosa que está prevista en las funciones actuales de los marineros y del capitán. Los paros y situaciones conflictivas son, lamentablemente, comunes en el sector pesquero y el año pasado, tras una situación similar, se firmaron aumentos sustanciales en dólares, en un convenio que incluía una cláusula de paz sindical. El conflicto ha tenido como consecuencia la paralización completa de la pesca: no zarpan barcos, por lo tanto, no se pesca, y eso genera que las factorías no procesen este producto y este no se venda de manera local o se exporte. Se han perdido trabajos, salarios para familias enteras (incluidas muchas mujeres jefas de hogar) en la pesca y las procesadoras, ganancias para los empresarios y exportaciones para el país entero. Además, se deja al sector en una situación de vulnerabilidad, endeudado y con prospectos futuros bastante pobres, recientemente marcado por el cierre de la empresa Tsakos.
Más allá de volver a contar lo ya transmitido en las noticias, medios de prensa y redes por los diferentes actores, el propósito de este texto es ilustrar que la presente encrucijada marítima es un espejo de la situación uruguaya en general.
El camino de enfrente
La rotura de la paz sindical y, por lo tanto, del convenio que lo acompañaba es una situación negativa, pero es peor que desde el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social se lo convalide con la argumentación de que el asunto planteado en el paro no había sido contemplado en la pasada negociación. Más allá de si esto es o no correcto desde el punto de vista legal, del cual supongo que, de manera similar a la economía, la respuesta es “depende”, el problema de fondo es que abre la puerta a una serie de situaciones peligrosas. Lejos de la intransigencia, el sector patronal se mostró dispuesto a dialogar con la dirigencia sindical si se continuaba con el funcionamiento normal de la flota, puesto que se estaba por entrar en zafra y repetir una mala temporada podría ser la gota que derrame el vaso para la extinción del sector. Pero el SUNTMA no accedió y continuó con las medidas de fuerza, las cuales significan que incluso los no afiliados no pueden trabajar y los barcos no pueden zarpar, con pérdidas que se acercan a los 50 millones de dólares, un monto para nada desdeñable en ningún sector uruguayo. Si el mensaje del gobierno nacional es que se puede romper convenios, ignorar lo pactado y dejar en la calle a miles (todo esto repitiendo el relato del SUNTMA de que la culpa es de los empresarios), entonces habremos tomado el camino que tomó Argentina. Allí, hasta no hace mucho, los sindicatos extorsionaban empresas, las ocupaban, no permitían que salgan o entren cargamentos a las instalaciones y frecuentemente se desataban hechos de violencia con otros trabajadores, patronales o las fuerzas de seguridad. Miles de empresas cerraron o se fueron del país, otras optaron por la irregularidad y, sin duda, cientos de miles perdieron su trabajo o jamás accedieron a uno. Si el modelo que queremos imitar es ese, la economía del país entero, no solo la pesca, se verá empobrecida. Quizá la intención de algunos es que, cuando finalmente los privados se den por vencidos, se deba resucitar el ILPE o algún emprendimiento industrial estatal, de esos que el Estado uruguayo lamentablemente tiene o ha sabido tener, siempre con pésimos resultados.
El modelo actual
El hoy ministro Oddone, en diversos trabajos y piezas de opinión, ha dejado en claro que el modelo que nos trajo hasta el presente ya no tiene fuerza. No por eso es un mal modelo: la democracia, las reglas de juego claras, la estabilidad de las políticas públicas y las exenciones fiscales como contrapartida a problemas estructurales sirvieron e impulsaron un crecimiento notable, en especial a comparación con la mayoría del siglo XX, marcado por el estancamiento y la recesión hasta la década de los ‘90. Sin embargo, Uruguay hace una década que crece poco, impulsado por vientos de cola o el rebote pospandemia, y cuando el contexto es neutral o adverso, directamente no crece o se empobrece. Una parte del mandato o idea de Oddone parecería ser modificar esto con otro modelo de desarrollo, aunque desde afuera aparenta que la pulseada gubernamental la vienen ganando aquellos que, no contentos con el Uruguay de hoy, apuestan a la profundización de las que, en mi opinión, son las problemáticas estatales: un Estado anquilosado, excesivamente grande, anticuado y que tiene demasiadas funciones, las cuales en su mayoría no puede cubrir de manera adecuada, inclusive las más básicas como la educación y la seguridad. Este grupo apuesta a que el Estado sea empresario, imponga nuevos tributos y continúe profundizando su intervención en la vida económica del país, con resultados cada vez peores.
¿Hacia dónde vamos?
La pesca nacional tiene un enorme potencial económico para formar parte del motor que impulse un nuevo ciclo de crecimiento y desarrollo. Puede dar empleo a miles de trabajadores, actuar como canalizador de nuevas tecnologías, dar pie al renacimiento del sector naviero, revitalizar ciertos pueblos o zonas del país postergadas por el centralismo montevideano y generar cientos de millones de dólares en exportaciones que pueden dar mayor dinamismo a la economía. Si se continúa en el rumbo actual, lo mejor que se puede esperar es que continúe estancado, desaparezca o se convierta en otro engranaje oxidado de la maquinaria estatal. Además, nuestras vastas riquezas marítimas serán exploradas por potencias extranjeras o barcos ilegales, como lo hacen hoy (demostrado en Agua Invadida, un documental de Carolina Sosa, una investigadora uruguaya de National Geographic), lo que además se ve profundizado por el mal estado de la Armada Nacional (a cuyo rearme actual muchos se oponen), que resulta en la indefensión de nuestro enorme territorio marítimo.
Uruguay está en la misma situación. Si atacamos los problemas estructurales de costo de vida en sectores transables y no transables con una baja de aranceles y regulaciones que complejizan el comercio, encarecen la vida para todos (sobre todo a los menos privilegiados), encaramos una reforma laboral seria que permita tecnificar el trabajo y aumentar la productividad (en lugar de esperar vientos de cola o descubrir petróleo), solucionamos la pobre situación educativa con una transformación integral que permita atacar el abandono y el contenido propio (pero que también dé pie a la integración laboral en sectores de alto valor agregado y complejidad, así como a la universidad, restaurando su rol de ascensor social), nos proponemos de manera decidida abordar el flagelo delictivo con cambios en seguridad (modificando la funesta situación carcelaria que produce más adictos, peores delincuentes, condena a miles de compatriotas a la hacinación o a la violencia y afecta sobre todo a los más chicos y los más pobres), atraemos inmigrantes que vengan a invertir, trabajar y confíen en el Uruguay como lugar para dar una mejor vida a sus hijos (como en parte lo hacen hoy, pero seguimos perdiendo gente en el saldo migratorio), entonces seremos un país desarrollado.
En cualquier otro caso, el presupuesto se transformará en un juego de suma cero, las propuestas serán de repartir las migajas del crecimiento mediante impuestos cada vez más pesados, seguirá escalando la violencia delictiva (y, con ella, la población encarcelada, los adictos y la gente en la calle), la educación perderá para siempre su rol clave en el desarrollo y la movilidad social, la economía no crecerá y los jóvenes nos iremos al exterior. Después de esto, el Uruguay será una sociedad apática, donde, en un momento, “Habrá quienes rodeen al nuevo poder como los cuervos que esperan alimentarse con nuestros despojos”, al decir de Dardo Ortiz en vísperas de la peor noche de la democracia oriental. Estos no necesariamente serán de un sector de la sociedad, pero con un mensaje simple implementarán soluciones de escasa legalidad e impulsados por el hartazgo y la apatía nos conducirán al abismo, como hemos visto en el continente, y serán reticentes a dejar el poder por las urnas.
Por eso, es fundamental que todos, pero sobre todo los jóvenes, nos involucremos desde el sector privado o la política para que este no sea el destino de la patria, porque todos somos orientales. Como dijo el presidente Luis Alberto Lacalle Herrera: “Que las fuerzas del cambio, del cambio real, del cambio posible, prevalezcan sobre las del inmovilismo del malsano espíritu conservador.”