Las princesas del espejo, la historia que no contamos
Publicado el 21/07/2025 a las 19:00 por Erika Pinto

¿Me conocés? ¿Realmente sabés quién soy?
En realidad, somos lo que nadie ve. Es curioso, ¿no?
Conocés mi nombre, conocés mi cara, conocés mi voz, ¿pero me conocés a mí?
Conocer a alguien es conocer su historia. No solo su historia de vida —esa la saben muchos—. Es saber su historia interna, eso que pocos o nadie saben, eso que le ha hecho luchar. Su guerra interna.
Nadie tiene las mismas batallas, porque no somos guerreros de la misma guerra.
Creés que me conocés, pero en realidad solo conocés lo que te dejé ver. ¿Lo pensaste?
Callar es lo que solemos hacer todos porque existe el miedo. Y el miedo es un monstruo que te persigue todo el tiempo, que no te deja escapar ni liberarte. Tiene las garras frías y filosas, listas para herirte. “¿Por qué me quiere herir a mí?”
Mi valentía no sale sino varios años después, porque el monstruo aún sigue acechándome. No es fácil. Sus garras aún siguen pintando mi piel, dejando marcas imborrables. Ya las dejó. Pero ¿más?, ¿acabará algún día?
Se pinta el 2019 en el aire, ¿lo ves? ¿Vos qué recuerdos tenés?
Mi corazón bombea, mi mente pide auxilio. Eso nadie lo ve. Yo no dejo que se vea.
En ese entonces recordaba el 2017, primer año como adolescente. Y cómo lastiman los adolescentes…
Comienza a aparecer el miedo. Me persigue. Pero yo no lo aparto, lo invito a pasar.
Estoy sola. Bueno, no sola. Está mi reflejo en el espejo, pero no se ve amigable.
Me observo, me analizo. Mis pies, mis manos, mi rostro. Mi cuerpo. ¿Esa soy yo? No puedo ser yo, no me gusta. No estaba así hace un año.
Comienza una guerra interminable de emociones y dolencias, de días y noches en pena, de un alma que poco a poco se empieza a destrozar.
Se crea un puzzle sobre una superficie vacía. No hay manera de encajarlas en su lugar. Está roto. Yo estoy rota.
Los días pasan. Los meses.
2020. Pandemia. Todo empeoró.
Mi demonio no estaba fuera de casa, estaba dentro, conmigo. No era el mismo que antes, este se vestía diferente. En mi inocencia y desconocimiento, lo dejé existir.
2021.
Otra vez somos mi espejo y yo. Ya no me reconozco. No sé quién es la que está ahí. Está peor que antes.
Mi corazón se acelera.
Ya no más.
Un reto. “Que el pantalón me quede a fin de año.”
Sollozo.
La cocina se vuelve mi peor enemigo.
El reloj es cómplice de mi penuria. Los minutos se vuelven horas, y las horas se vuelven días. Los días se vuelven kilos, y los kilos, bajan.
84. 69.
Bajadas y subidas. Inicios y recaídas.
Cuatro meses. Quince kilos menos.
Me preguntaba cómo era posible sentirse tan bien y tan mal al mismo tiempo.
Un pedazo de pan se volvía un arma mortal. Incluso las calorías de un chupetín eran importantes. Pero nadie lo notaba, excepto yo, que para atentar contra eso, agarraba la bicicleta y pedaleaba como si hubiera cometido el peor delito del mundo: comer.
El agua era mi eterna aliada en días y noches de necesidad. Porque siempre era mejor eso. O dormir, porque dormir me hacía no comer.
Quien te diga que no podés herir a tu propia mente, miente. O quizás no sabe nada acerca de la vida.
Pero las heridas no solo eran internas, también eran superficiales, físicas. Un daño irreversible en todo su esplendor.
Princesas…
Acumulaba todos los tips posibles, “porque las princesas deben ser delgadas." Lo peor es que nunca alcanzaba mi objetivo. Pero no me estaba fallando a mí: le fallaba a una princesa inexistente.
¿Alguna vez hiciste algo que sabías que estaba mal, pero aun así querías y necesitabas hacerlo?
Ninguna edad te libera de creer en esas palabras. Sabés la verdad, pero igual te creés todo.
¿Por qué el ser humano es tan débil?
¿Por qué yo fui tan débil?
Te hundís en un pozo profundo. Yo me hundí en un pozo del cual no podía salir, porque salir de ahí no es fácil. No si estás sola. No si no hablás. Me costó darme cuenta de que lo que hacía estaba mal, de que me estaba matando en vida. Porque esto es algo que te mata poquito a poquito, a unos más que a otros.
Igual, no sé cómo, pero salí.
¿Pero sabés qué? Nunca salís del todo. Jamás se sale del todo. La cocina siempre va a ser un terreno peligroso, unas arenas movedizas en las que hay que caminar con mucho cuidado. Y la comida siempre será una estaca en el corazón.
Cuando como mucho, lloro y me siento culpable.
Cuando como poco, me preocupo. Y si me preocupo, como más. Y si como más, lloro. Es una vuelta interminable. El carrusel nunca deja de girar.
Me gustaría decir que hoy soy más fuerte, porque estoy alcanzando mis objetivos a través de un cuidado sano y eficaz. En parte me siento orgullosa de mí, pero todo eso que viví, sola, nunca queda atrás del todo. Siempre lo llevo conmigo y es algo que me va a acompañar toda la vida.
Esto es una lucha constante. Jamás termina (a menos que te ayuden profesionales). Y se recae, y podés volver a salir, pero también podés volver a recaer.
Hablar de estas cosas es necesario. No son temas que se toquen a menudo porque la gente no lo cree tan grave. La realidad es que existe. Existe más de lo que debería. Hay personas que se callan. Muchas callan eternamente.
Yo callé. Jamás hablé y jamás nadie lo notó. No los culpo, era una época complicada, pero yo tampoco me ayudé. Porque quizás hablando todo se resolvía mejor… ¿O no?
Nuestras realidades son muy diferentes. Es fácil juzgar desde fuera, pero estar en los zapatos de alguien que pasa por esto no lo es.
La culpa es un sentimiento que abunda demasiado. Te culpás si comés mucho, te culpás si comés mal, te culpás también si comés poco porque sabés que está mal. Culpa, culpa, culpa. No muchos saben lo triste que es sentir eso por hacer algo tan humano y natural como comer. Un sentimiento que o nunca se va, o se va pero siempre te está acechando, y nunca falta aquel que te haga sentir culpable por comer algo, así sea mínimo.
A veces es mejor callar. Nunca se sabe qué puede estar pasando en la cabeza de otra persona.
Los trastornos alimenticios pueden sucederle a cualquiera, a cualquier edad, en cualquier contexto económico/social. No importa si sos mujer u hombre, grande o chico.
También suceden de maneras diferentes.
Yo agradezco que no haya sido tan extremista en mi caso, pero de todas maneras lo padecí y lo sufrí muchísimo, y hasta el día de hoy lo sigo sufriendo y luchando constantemente por cuidarme y no recaer en eso.
Vivir es difícil, pero se puede. Podemos luchar contra esto.
Cuando estaba pasando por todo eso, me tatué una pequeña frase en la muñeca: “sí se puede”, porque SÍ SE PUEDE.
Si yo pude, vos también. No te rindas.
Las princesas no están en el espejo, están en el corazón.