Lo que suena cuando no estás
Publicado el 26/05/2025 a las 16:00 por Florencia Viana

Dicen que los aromas están directamente conectados con el sistema límbico, la parte del cerebro donde habitan las emociones y los recuerdos.
Por eso, a veces basta un olor para revivir una escena entera: la risa de alguien, un gesto, una canción que suena de fondo. Las melodías de una vieja banda rockera y los acordes de una guitarra potente fueron el aroma de mis oídos, trayendo de vuelta los recuerdos más tristes, y también los más lindos.
Acordes que suenan al susurro del ojo del huracán, el único espacio donde, en medio de la tormenta, todo se aquieta: un refugio en medio del caos, los reproches y el dolor.
Melodías que se acompañan de imágenes de una infancia cálida, teñidas del tinte del amor y las risas. Habitan en la niña que fui, mientras empezaba a pintar mis primeros lienzos y experimentar los colores por primera vez.
Es tragicómico pensar que, como en una pintura, una sola intervención —intencional o no— puede transformar por completo el resultado. De esos trazos mal dados, puede surgir algo digno del Louvre… o una obra que se rompe y se descarta. Quizás fue precisamente la ausencia de un trazo clave lo que dejó esas escenas flotando en una neblina de dolor y confusión, trazos de color gris opaco que aparece después de la tormenta.
Ese lienzo manchado me apartó del mundo de los colores y me llevó a convertirme en una artesana de las palabras. La escritura llegó como un mediador de aquellos decires que no pudieron tocar el viento, pero sí quedarse en el papel. Nunca imaginé que la pintura más triste de mi museo sería el boceto de mis primeros textos publicados.
Ese cuadro desordenado y sincero, pintado por una niña que repetía con inocencia las letras rebeldes del rock, sus melodías y acordes. Una niña que encontraba cobijo en la música que, sin saberlo, le había sido legada. Una herencia que no se toca, pero se siente. Que no se nombra, pero vibra.
Porque, aunque haya tanto por reprochar, siempre hay algo que agradecer. Yo agradezco esas melodías que me recorren como el cuerpo y que son la banda sonora de escenas de color en una parte de la película que el tiempo volvió blanco y negro. Agradezco esas pocas escenas especiales. Agradezco incluso lo que no fue.
Porque, pese a los silencios y las ausencias, algo quedó.
Una herencia. No de objetos, ni de palabras, sino de acordes. Una pasión musical que se metió en mi sangre y me enseñó a sentir, a rebelarme, a llorar, a entender.
Esas melodías siguen sonando… Me devuelven a tus abrazos, a tus miradas cómplices, a cuando supiste ser refugio y no tormenta.
Hoy te agradezco por eso.
Por esa herencia sonora que quedó vibrando en mí, como un eco que no se apaga. Porque, a pesar de todo, el rock sigue siendo el aroma que me lleva a vos.
Y aunque no todas las escenas tengan sentido, me abrazo a esta certeza: que de una herencia confusa también puede nacer belleza.
Tu ausencia también suena, y con el tiempo aprendí a escucharla.
Porque a veces, lo que suena cuando no estas es lo que me inspira a seguir creando.