Melodías que se sienten
Publicado el 27/08/2025 a las 20:05 por Carmela García

El sol caía lento detrás de los eucaliptos y el río reflejaba un cielo de violeta y naranja. Cándida caminaba despacio por la orilla, dejando que el viento moviera su cabello, mientras las hojas crujían bajo sus pies. Allí estaba Noel, apoyado en la baranda de la vieja estación, guitarra a la espalda, con esa sonrisa que parecía contener toda la luz del atardecer.
Se sentaron juntos, sin prisa. Noel miró a Cándida y dijo, con suavidad: “Sabés... Charly decía que mostrar una canción es un acto de amor. Es como querer que alguien sienta lo que vos sentiste en ese momento.”
Cándida cerró los ojos un instante, tratando de escribir con la memoria. Intentaba capturar el olor de Noel: algo cálido, conocido, indefinible, como un recuerdo que no sabía que tenía. Quiso escribirlo en su cuaderno, pero las palabras no alcanzaban; solo podía respirar y sentirlo, mientras su pecho se llenaba de una música silenciosa que resonaba entre ellos.
“Entonces... vos me estás mostrando algo de vos”, dijo ella, y Noel asintió, la mirada firme pero suave, como un acorde que no se olvida. Por un instante, nada más existió: el murmullo del río, la brisa en su cara, la risa que flotaba entre ellos, y esa sensación cálida de estar exactamente donde uno quiere estar.
Noel levantó una hoja caída y se la mostró, Cándida rió suavemente. Cada gesto, cada silencio, cada roce de manos era una nota invisible, una canción que solo ellos podían escuchar. No hacía falta tocar la guitarra; la música estaba allí, entre ellos, hecha de gestos y miradas, de memorias y de la luz que se quebraba en el agua.
Cuando llegó la hora de irse, Cándida sintió un nudo dulce en el pecho. Sabía que eran jóvenes, que algunas cosas quedarían a medias, que la vida los empujaría en direcciones distintas. Pero también sabía que lo vivido no se borraría: cada instante compartido era un puente invisible, un acto de amor, una melodía que podían tocar con el corazón cada vez que quisieran.
Mientras caminaba bajo el crepúsculo, con el río brillando a su lado y el viento en la cara, Cándida comprendió que algunas personas son canciones, y que cuando alguien te las muestra, te regala algo que dura para siempre.