Rivera, una ciudad rendida a la mediocridad
Publicado el 16/05/2025 a las 00:00 por Facundo Araujo

Durante una extensa conversación con un referente cultural al que respeto profundamente, llegamos a una conclusión inquietante: Rivera carece de bases sólidas para convertirse en una sociedad pujante con visión de futuro. No existe una dinámica industrial o mercantil lo suficientemente robusta como para estimular el espíritu emprendedor y creativo de sus habitantes. Además, nuestra lejanía con la capital nos convierte en un territorio poco eficiente para el desarrollo de negocios.
Sin embargo, en aquel diálogo, identificamos un problema aún más profundo: la idiosincrasia de la población. Según mi interlocutor, buena parte de los riverenses descienden de contrabandistas, lo que habría inculcado una mentalidad basada en la búsqueda de caminos fáciles, la poca creatividad y la transgresión de la ley. En un principio, esa idea reforzó los prejuicios que tenía sobre mi propia ciudad, pero al reflexionar más a fondo, comprendí que esta línea de pensamiento era limitada.
Existen múltiples ejemplos de ciudades con historias de criminalidad y marginalidad mucho más marcadas que la nuestra, que lograron transformarse en sociedades prósperas y bastiones culturales. New Orleans, por ejemplo, dejó atrás su tradición de crimen y se convirtió en un faro cultural en Estados Unidos. Incluso algunas naciones árabes, surgidas de la nada, han logrado acumular grandes riquezas y desarrollar culturas dinámicas y sofisticadas. Cada una de estas experiencias responde a contextos particulares, pero todas desmontan la creencia de que un pueblo pobre, marginal o tradicionalmente vinculado a la ilegalidad está condenado a seguir siéndolo.
Rivera en decadencia
Rivera transita un camino de deterioro que, desde mi percepción, se profundiza con el tiempo. Uno de los factores más determinantes de esta tendencia es la fuga de cerebros. La ciudad no ofrece un entorno propicio para la permanencia de capitales intelectuales de gran porte. Muchos jóvenes, al salir a estudiar, comienzan un proceso de desarraigo que culmina en su emigración definitiva. La falta de incentivos académicos y económicos contribuye a la salida de los más capacitados, generando una retroalimentación negativa: cuanto menos formación hay en la ciudad, más difícil es retener talento.
Es común escuchar el argumento de que no se puede hablar de educación y cultura cuando hay personas que ni siquiera tienen garantizadas sus necesidades básicas. En mi recorrido político, he visitado hogares sin suelo, sin techo, con aguas hervidas corriendo a escasos centímetros de sus moradores. En esas circunstancias, hablar de los filósofos griegos resulta absurdo, incluso grotesco. Pero, al mismo tiempo, es justamente la educación lo que permite vislumbrar una salida de esa condición. No es una cuestión de elegir entre una cosa u otra; ambas deben abordarse en conjunto.
El poder alienante de la tecnología y la música
Paradójicamente, en un mundo donde la tecnología de la comunicación podría acercar el conocimiento a todos los estratos sociales, lo que ocurre es lo contrario. Las redes sociales y la inteligencia artificial no están formando ciudadanos más informados y críticos, sino que los alienan aún más con contenido superficial e improductivo. La desinformación y las noticias falsas proliferan, desviando la atención de los problemas reales y perpetuando la ignorancia.
Otro factor que agrava la crisis cultural de Rivera es el debilitamiento del ámbito artístico. Los pocos artistas relevantes de la ciudad han desaparecido o están en el ocaso de sus vidas, sin haber dejado una huella significativa en la sociedad actual. La música, elemento esencial en la identidad de un pueblo, ha sido desplazada por sonidos vacíos y letras que atentan contra las buenas costumbres. Platón ya advertía sobre la importancia de la música en la construcción de una sociedad: su vibración determina la idiosincrasia de un pueblo.
Mientras que en el pasado la cumbia, con su carga de metáforas y melodías envolventes, ofrecía al menos una expresión artística con cierta profundidad, hoy el funk brasileño ha tomado su lugar con un mensaje abiertamente nocivo. Este género enaltece la cosificación de la mujer, el machismo indiscriminado, la apología al delito y el individualismo superficial. Si aceptamos que lo que una persona escucha moldea su estado de ánimo y su forma de pensar, entonces es lógico deducir que una población que consume de manera masiva este tipo de contenido musical reflejará en su comportamiento los valores que transmite.
La indiferencia del sistema político
A este panorama se suma la apatía del sistema político, que actúa con indiferencia ante estos problemas estructurales. La cultura y la educación rara vez figuran como prioridades en la agenda de las autoridades. Las propuestas surgen y desaparecen con la misma fugacidad con la que se desarrollan las campañas electorales cada cinco años, dejando tras de sí un rastro de decadencia que se perpetúa en el tiempo.
Rivera no está condenada a la mediocridad, pero el camino que transita hoy la acerca peligrosamente a ella. La pregunta es si estamos dispuestos a revertir esa trayectoria o si, como sociedad, simplemente nos rendiremos.